Por Mauricio Reina
En días pasados se conocieron los resultados de la más reciente edición de la encuesta ‘Bogotá, cómo vamos’, uno de los indicadores más confiables del sentimiento de los habitantes de la capital. Entre muchos datos interesantes, hay uno que vale la pena destacar: sólo 19 por ciento de los encuestados considera que la alcaldesa Claudia López ha hecho una buena gestión. En contraste, 61 por ciento cree que su desempeño ha sido malo.
Este resultado es consistente con los de otros sondeos. Según la encuesta de Invamer, en agosto la aprobación de la alcaldesa cayo a 42 por ciento, el menor nivel desde que se posesionó y una cifra sorprendente para una mandataria que llegó a tener 89 por ciento de aprobación en los primeros meses de su periodo. Estos datos dejan dos preguntas en el aire. ¿A qué se debe este desplome? ¿Podrá recuperarse?
Las hipótesis sobre este desempeño son variadas. En primer lugar, a nadie escapa que a todos los alcaldes del país les ha tocado lidiar un toro muy bravo. A los pocos meses de haberse posesionado se les vino encima la pandemia, un fenómeno arrasador que no sólo les cambió todos sus planes de gobierno sino que además los puso a remar contra el viento. Si bien eso es cierto, también lo es que la caída de Claudia López ha sido mayor que la de sus colegas. Según los mismos datos de Invamer, la favorabilidad de la alcaldesa de Bogotá es menor que la de sus pares de Barranquilla (63 por ciento) y Medellín (46 por ciento), y sólo supera la del de Cali (23 por ciento), si se consideran las principales capitales del país.
Algunos argumentan que lo que ha sucedido es que la Alcaldesa ha ido revelando un talante distinto al que mostró en campaña, defraudando así a sus simpatizantes. A esa percepción contribuyen sus cambios de posición en varias cosas que había prometido cuando estaba buscando votos, como por ejemplo el que no haría circular buses por la carrera séptima, que no construiría una nueva troncal de Transmilenio por la avenida 68 o que detendría las obras sobre los humedales de Tibabuyes. Sus reversazos en esos frentes sin duda han contribuido a erosionar su apoyo.
Otros advierten que la causa del desplome de la aceptación de la alcaldesa tiene nombre propio: la inseguridad. El fin de los confinamientos y la reapertura de la economía han traído consigo una oleada de robos y asesinatos que tienen contra la pared a la ciudadanía y las autoridades. Lo más preocupante de todo es que los crímenes son cometidos por bandas cada vez más organizadas y sanguinarias. Los datos son elocuentes: de acuerdo con cifras de la Secretaría de Seguridad y Convivencia, en el período enero–agosto de este año los robos a personas aumentaron 28 por ciento contra los registrados en el mismo periodo de 2020, mientras que lo homicidios se incrementaron en 15 por ciento en el mismo lapso.
Pero hay otro factor relevante detrás de la caída de la popularidad de Claudia López, que a la vez juega un papel crítico en la posibilidad de darle un viraje efectivo y oportuno a su gestión: su personalidad. Así como mostró un importante liderazgo en situaciones críticas como el inicio de la pandemia o el paro nacional, momentos en los que de hecho repuntaron sus índices de favorabilidad, también ha ido revelando aspectos mucho menos virtuosos de su talante como la tendencia a culpar a los demás de problemas que dependen de ella, a casar peleas innecesarias con el que se le atraviese y a despachar con un discurso prepotente a todo aquel que disienta de sus posiciones.
Cada vez que Claudia López les dice «queridos» a sus contradictores, usando ese tono entre paternalista y peyorativo que tienen quienes se sienten superiores a los demás, queda en evidencia que su disposición a escuchar las críticas y a reconsiderar sus posiciones es mínima. Está claro que todos los alcaldes del país enfrentan circunstancias muy difíciles, pero el peor enemigo de Claudia López parece ser ella misma.